|
No escuchar a Dios no es una cosa buena. Todos lo sabemos,
pero las lecturas de este cuarto domingo de la Cuaresma
insisten en ello.
La gente de Judá “multiplicó sus infidelidades,” dice la
Primera lectura, adorando a dioses falsos, contaminando el templo
sagrado, no haciendo caso del verdadero Dios con energía.
Lea la Primera lectura con los terribles detalles.
Por compasión, Dios había enviado a profetas para
advertirlos, pero todos fueron recibidos solamente con
desprecio. La gente no les escuchaba. “No había ningún
remedio,” dice el autor: la gente fue condenada por sus
propias acciones. El amor de Dios había permanecido
constante, pero el de ellos no. Un ejército invasor los
llevó cautivos a Babilonia, donde permanecieron en exilio
durante setenta años hasta que el bueno y justo Rey Ciro
conquistó Babilonia y les dejó ir.
Para el Salmo Responsorial tenemos uno de los más
conmovedores de todos, el exquisito
Salmo 137. En él la gente llora como cautivos en una tierra
extranjera. No quieren cantar las canciones de Judá porque
han sido desterrados de todo lo que ellos amaban, de todo
lo que su propia infidelidad les había robado a ellos.
Para ellos, la luz de vida se había apagado. Pero ellos
habían cerrado sus ojos a esta luz.
El Evangelio
de San Juan nos dice que una persona es condenada porque
esa persona "no ha creído en el nombre del Hijo único
de Dios.” Dios no tiene ningún deseo de condenar, pero la
gente se condena separándose de Dios.
Al final de la lectura del Evangelio hay un dicho muy
interesante y muy sabio que resume el mensaje de las
lecturas:
La luz vino al mundo, pero la gente prefirió la
oscuridad a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra perversamente odia la luz y no se
acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
Tal vez estas frases revelan la esencia del pecado en sí.
La luz muestra demasiado de nuestra vida. Nos
avergonzamos. Escondemos nuestra identidad pecadora. Sin
embargo, hemos sido creados para buscar la luz.
Quizás este escritor puede ser perdonado por presentar un
poema en este espacio, sobre todo uno que él mismo
escribió. Es una fábula, presentada en el estilo de un
verso de niños. Le recomiendo que usted lo lea en voz
alta. Quizás le recuerde a usted las lecturas.
Había una vez una ciudad construida a la luz del sol.
El calor y la risa abundaban.
Los recuerdos del día permanecían cada noche
hasta que el sol podía regresar.
El miedo dijo una mañana, la luz es demasiado
brillante.
Demasiada verdad se puede ver.
¿Cómo podemos parecer lo que decimos que somos
si la luz, intrusa, está aquí?
Se levantaron paredes y se prohibieron todas las
ventanas
y nada del día podía permanecer.
La ciudad dijo, nos has abandonado, oh sol.
En la oscuridad nos hemos quedado ciegos.
Pero el sol afuera todavía radiaba su luz,
y su calor y su risa y amor.
Iluminaba las paredes
y calentaba su frialdad,
mientras dentro, el alma moría aburrida.
Ahí dentro envió un solo rayo,
rayo de luz de risa y atención.
Suave, silenciosamente, casi como primavera,
el amor se abrió y floreció y creció *
Escuche la luz. Escuche a Dios esta Cuaresma. Deje que el
amor florezca y crezca.
John Foley, S. J. Traducción de
Julián Bueno, Ph.D.
*Poema copyright John B Foley, S. J., 1980
Todos los derechos de autor están reservados.
|