Según lo que describe la primera lectura, los
enemigos de los judíos destrozan Jerusalén.
Los muros de la ciudad son derribados. El Templo de Dios es
incendiado, y todos sus objetos sagrados son quebrados. Y el
pueblo es conducido en cautiverio a Babilonia. Su
país, sus costumbres, su idioma, su culto, su Templo
– todo está perdido.
En el salmo hay un cuadro conmovedor del quebranto del
pueblo por esta destrucción de su tierra. Los que
destrozaron Jerusalén quieren que los judíos
les canten canciones hebreas. Esa petición es el
golpe final. “¿Cómo podemos cantar las
canciones del Señor en una tierra
extraña?” se plantea el pueblo cautivo en su
angustia.
La epístola dice que Dios es rico en misericordia y
que su amor es grande. Entonces, ¿por qué no
protege a su pueblo de un quebranto como éste?
Parte de la solución se encuentra en el Evangelio de
hoy. Dios no quiere destruír a la gente; Él no
permite el sufrimiento con el propósito de
lastimarle. Más bien, Dios busca un remedio, como lo
explica la primera lectura. Dios está dispuesto a
tomar medidas extremas, aún el quebranto de su
pueblo, con tal de salvarlo.
Y además de eso, Dios está dispuesto a usar su
propio sufrimiento también. Como dice el Evangelio,
Dios entregó a su Hijo amado para salvar al mundo.
Cristo fue traicionado por su amigo, humillado
públicamente, oficialmente condenado, torturado, y
muerto. Cualquiera de estas cosas bastaría para
quebrantar el alma, ¿no? Así, en el Cristo
encarnado, Dios usa su gran sufrimiento como remedio final
que lleva a la gente de la muerte a la vida, cuando todos
los demás remedios se han intentado y han fracasado.
Nuestro corazón quebrantado, el de Cristo, es para
dar vida, no muerte.
Y he aquí lo otro que debemos entender.
Jerusalén fue reconstruída, y el Templo fue
restaurado, como lo explica la primera lectura. La muerte de
Cristo fue sucedida por su Resurrección. En cada uno
de estos casos, el quebranto se convirtió en
alegría.
De ahí que el quebranto no tiene la última
palabra. En otro lugar el Salmista dice, “Pon tu
confianza en el Señor, y Él concederá
los deseos de tu corazón.” Cuando la historia
es de Dios, el corazón quebrantado no es el final del
cuento. Más bien lo es la alegría de hallar en
Dios el deseo de tu corazón.
Eleonore Stump
Traducción de Br. Cristobal Torres
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