Dios nos llama a ser personas que aman y son amadas. Las cosas intrancendentes
—lo que poseemos, los honores que recibimos, lo orgullosos que estamos—sólo estorban.
Somos cristianos, no porque tenemos unos antepasados particulares de sangre y raza, sino porque nosotros, como seres humanos, celebramos la fe en la humanidad entera, amada por Dios, poseída por Cristo y animada por el Espíritu Santo.