Homilía
5º domingo de Pascua
18 de mayo de 2014



El que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago...

Las misas del fin de semana sobran de actividades.  Los ministros de comunión llenan los platos de pan, los coros arreglan sus micrófonos y los lectores buscan la página indicada para su lectura.  Quizás una parte de este movimiento tendrá importancia.  Sin embargo, al leer hoy la selección evangélica, tengo una ligera sospecha de que el evangelista pueda querer intervenir con un regaño.

El texto del capítulo 14, 1-12 nos da unas indicaciones sobre la naturaleza de nuestra vocación cristiana:  como los discípulos de Jesús, vivimos en paz con él y le tenemos una suprema confianza;  tenemos una casa con él y caminamos con él para descubrir la verdad y la vida;  su abrazo nos revela al mismo Dios como el amor absoluto e incondicional;  y así como la lectura evangélica de la semana pasada nos habló de nuestra vocación para revelar la plenitud de la vida, la lectura de hoy nos explica que, por la presencia del Espíritu, haremos más con nuestras vidas que el mismo Jesús ha podido hacer por medio de la vida de él. 

Los evangelios sinópticos nos hablan por separados sobre el discipulado, la inclusión de todos y la reconciliación. De manera diferente, la versión de Juan nos enseña cómo identificarnos con Jesús y con la agenda de Dios en el mundo.  El texto nos explica que, una vez unidos a Jesús resucitado, estamos también unidos al Padre.  El evangelio según Juan identifica a Jesús en la presencia del Padre y a nosotros en la presencia de Jesús.  Nos dice que la vida de Jesús es nuestra gracia y que no hay manera de evitar las consecuencias de la Encarnación en nuestra humanidad común. 

Jesús vivió, murió y fue resucitado.  Con la plenificación de su vida, la que llamamos la Resurrección, Jesús no morirá más y vive con nosotros sin vicario ninguno.  Dios nos compromete a nosotros por medio de la humanidad de Jesús.  Siguiendo a Jesús, seremos su sacramento en el mundo.

Vivir como Iglesia y ser el sacramento de la presencia de Jesús no se realiza por correr con frenesí los pasillos de las iglesias.  Significa otras cosas:  tener conciencia del Evangelio como una contra-dicción clara al materialismo del mundo; se opta por el desarrollo de los métodos que organizan la comunidad y sanan sus divisiones naturales e inventadas; incluirá la apertura a una vida que acepta la responsabilidad como el otro lado de la moneda de la libertad;  se halla en la oportunidad de mirarnos, los unos a los otros, e invitarnos a la prosperidad espiritual y solidaria.

Jesús y los discípulos primero aprendieron a estar juntos en su ministerio. Lucharon hasta comprender que, al ausentarse uno de ellos, les hacían falta sus peleas y contradicciones.  ¿Echamos de menos a los que se van de la comunidad o a los que no están por uno u otro motivo?  Y si no, ¿por qué no? 

Mis diez días de vacación en la Ciudad de México no me complacían tanto por sus calles agradables caminadas, el pan caliente del desayuno ni los museos de Chapultepec, sino por la oportunidad de conversar con un amigo que comparte mis sueños sobre el ministerio eclesial de los pueblos.

¿Qué cerca estamos nosotros, los unos con los otros, en la parroquia que nos da lugar para servir al prójimo?  Y si no estamos tan unidos que digamos, ¿por qué tiene importancia la parroquia?  Jesús mide su intimidad con lo que él ama: “Créanme: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí (v.11)”.  Nadie puede llegar más cerca que esto. 

La primera lectura de hoy se toma una vez más de los Hechos de los Apóstoles y nos muestra cómo los Doce se abren con la realidad de los Siete (Hechos 6,1-7).  Los doce apóstoles hebreos acompañan y afirman los trabajos de los siete griegos hasta que las comunidades de Jerusalén y Antioquía acepten a los nuevos.  Todos aprenden, analizando sus riquezas culturales del pasado y sus sueños para el futuro hasta poder vivir, planificar y celebrar juntos.

El escritor de la primera Carta de Pedro, escribiendo de Roma, nos une todo en la segunda lectura de hoy.  Nos dice que tenemos sólo un fundamento, Jesucristo.  Solamente sobre esa base podemos construir una comunidad de fe,  llegando a ser un templo espiritual con nuestras vidas como el único culto.  Pedro nos lo explica mejor que nadie: “Ustedes, al contrario, son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada...(v.9)”. El menciona que los que ahora son pueblo no siempre lo han sido.  Bueno pues, para serlo, es necesario conocernos y acompañarnos, los unos con los otros. 

Donaldo Headley

Donaldo Headley se ordenó al sacerdocio en 1958. Se graduó con MA en filosofía y STL en teología de la Facultad Pontificia del Seminario de Santa María del Lago en Mundelein, Illinois.
Derechos de Autor © 2014, Donaldo Headley.
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Arte de Martin Erspamer, O.S.B.
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)].
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