Las misas del fin de semana sobran de actividades. Los
ministros de comunión llenan los platos de pan, los
coros arreglan sus micrófonos y los lectores buscan la
página indicada para su lectura. Quizás una parte de
este movimiento tendrá importancia. Sin embargo, al
leer hoy la selección evangélica, tengo una ligera
sospecha de que el evangelista pueda querer intervenir
con un regaño.
El texto del capítulo 14, 1-12 nos da unas indicaciones
sobre la naturaleza de nuestra vocación cristiana: como
los discípulos de Jesús, vivimos en paz con él y le
tenemos una suprema confianza; tenemos una casa con él y
caminamos con él para descubrir la verdad y la vida; su
abrazo nos revela al mismo Dios como el amor absoluto e
incondicional; y así como la lectura evangélica de la
semana pasada nos habló de nuestra vocación para revelar
la plenitud de la vida, la lectura de hoy nos explica que,
por la presencia del Espíritu, haremos más con nuestras
vidas que el mismo Jesús ha podido hacer por medio de la
vida de él.
Los evangelios sinópticos nos hablan por separados sobre
el discipulado, la inclusión de todos y la reconciliación.
De manera diferente, la versión de Juan nos enseña cómo
identificarnos con Jesús y con la agenda de Dios en el
mundo. El texto nos explica que, una vez unidos a Jesús
resucitado, estamos también unidos al Padre. El evangelio
según Juan identifica a Jesús en la presencia del Padre y
a nosotros en la presencia de Jesús. Nos dice que la vida
de Jesús es nuestra gracia y que no hay manera de evitar
las consecuencias de la Encarnación en nuestra humanidad
común.
Jesús vivió, murió y fue resucitado. Con la plenificación
de su vida, la que llamamos la Resurrección, Jesús no
morirá más y vive con nosotros sin vicario ninguno. Dios
nos compromete a nosotros por medio de la humanidad de
Jesús. Siguiendo a Jesús, seremos su sacramento en el
mundo.
Vivir como Iglesia y ser el sacramento de la presencia de
Jesús no se realiza por correr con frenesí los pasillos de
las iglesias. Significa otras cosas: tener conciencia
del Evangelio como una contra-dicción clara al
materialismo del mundo; se opta por el desarrollo de los
métodos que organizan la comunidad y sanan sus divisiones
naturales e inventadas; incluirá la apertura a una vida
que acepta la responsabilidad como el otro lado de la
moneda de la libertad; se halla en la oportunidad de
mirarnos, los unos a los otros, e invitarnos a la
prosperidad espiritual y solidaria.
Jesús y los discípulos primero aprendieron a estar juntos
en su ministerio. Lucharon hasta comprender que, al
ausentarse uno de ellos, les hacían falta sus peleas y
contradicciones. ¿Echamos de menos a los que se van de la
comunidad o a los que no están por uno u otro motivo? Y
si no, ¿por qué no?
Mis diez días de vacación en la Ciudad de México no me
complacían tanto por sus calles agradables caminadas, el
pan caliente del desayuno ni los museos de Chapultepec,
sino por la oportunidad de conversar con un amigo que
comparte mis sueños sobre el ministerio eclesial de los
pueblos.
¿Qué cerca estamos nosotros, los unos con los otros, en la
parroquia que nos da lugar para servir al prójimo? Y si
no estamos tan unidos que digamos, ¿por qué tiene
importancia la parroquia? Jesús mide su intimidad con lo
que él ama:
“Créanme: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí
(v.11)”. Nadie puede llegar más cerca que esto.
La primera lectura de hoy se toma una vez más de los
Hechos de los Apóstoles y nos muestra cómo los
Doce se abren con la realidad de los
Siete (Hechos 6,1-7). Los doce apóstoles hebreos
acompañan y afirman los trabajos de los siete griegos
hasta que las comunidades de Jerusalén y Antioquía acepten
a los nuevos. Todos aprenden, analizando sus riquezas
culturales del pasado y sus sueños para el futuro hasta
poder vivir, planificar y celebrar juntos.
El escritor de la primera Carta de Pedro, escribiendo de
Roma, nos une todo en la segunda lectura de hoy. Nos dice
que tenemos sólo un fundamento, Jesucristo. Solamente
sobre esa base podemos construir una comunidad de fe,
llegando a ser un templo espiritual con nuestras vidas
como el único culto. Pedro nos lo explica mejor que
nadie:
“Ustedes, al contrario, son una raza elegida, un reino
de sacerdotes, una nación consagrada...(v.9)”.
El menciona que los que ahora son pueblo no siempre lo han
sido. Bueno pues, para serlo, es necesario conocernos y
acompañarnos, los unos con los otros.
Donaldo Headley
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