En este ciclo B de lecturas para el Quinto Domingo de la Cuaresma, se encuentran tres lecturas perfectamente coordinadas.
La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, nos habla de la alianza final entre Dios y el pueblo, formada cuando Dios escribe su ley en nuestros corazones. La Carta a los Hebreos, escrita por unos cristianos judíos de Palestina a sus hermanos en Roma insiste en que Jesús ha llegado a la perfección por su obediencia al Padre al hacerse solidario con nosotros. En la tercera lectura, tomada del Evangelio según Juan, vemos que la gloria del Padre aparece en nuestro mundo porque Jesús da su vida por nosotros.
La Carta a los Hebreos, escrita a los cristianos romanos y africanos por cristianos palestinos entre los años 80 y 95 E.C., dice que el futuro de las comunidades eclesiales depende, no de un culto nuevo, sacerdocio y templo, sino de su fe en Cristo.
Cristo se ha realizado en su propia vida humana por lo que los cristianos han llegado a ser por su bautismo. Los cristianos han sido injertados en el Señor. Ellos, unidos a El, están siempre presentes ante Dios y hacen de su mundo una realidad transparente por el cual Dios se ve en la humanidad que comparten con el Resucitado. La humanidad ha sido transformada totalmente por la muerte y resurrección de Jesús. Es el mensaje de Dios a nosotros para nuestra época. Por el favor de Dios a los cristianos en el bautismo, no hay una realidad mejor para revelar su presencia que nuestra vida humana. La gracia de la Encarnación, Dios presente en la humanidad, es el don que el Espíritu de Dios nos regala. ¿De verdad, creemos esto? ¿Puede ver esto en nosotros el prójimo?
La tercera lectura, leída del Evangelio según Juan, nos dice lo importante que es la humanidad de Cristo y cómo podemos aprender a vivir por sus normas. En la nueva humanidad, transformada por la muerte y resurrección de Jesús, todos los que se apegan a la vida la perderán y los que la arriesgan entre los demás tendrán la vida eterna.
Las palabras de Jesús se fundamentan sobre la naturaleza de la Encarnación. Esto se aclara por una de las analogías usadas sobre las relaciones activas siempre presentes en Dios. El Verbo de Dios hecho carne en Jesús regala a la humanidad el proceso relacional siempre presente entre Padre, Hijo y Espíritu. El darse y abrazarse que existen en Dios se celebran ahora entre nosotros como consecuencia de la Encarnación.
Según el Evangelio, Dios se da a nosotros en Jesús Nazareno y el Evangelio espera ver en nosotros la acción de Dios. En la cruz, la vida de Jesús se derrama sobre nosotros y compartimos su vida resucitada por medio del bautismo. ¿Daremos nuestra vida por los demás como Dios ha dado su vida por nosotros? ¿Vivimos practicando las normas de la vida de Cristo? ¿Somos un factor organizador y creador en el mundo como él? ¿Trabajamos para liberar y hacer responsable al prójimo? ¿Amamos a Dios sin condiciones como Dios nos ama a nosotros? ¿Que otra cosa puede significar Cristo cuando él nos dice: “Que se amen unos a otros como yo los he amado”?
Debemos guardar estas lecturas en nuestro corazón al acercarnos al Triduo y las celebraciones reconciliadoras de la Semana Santa.

