En la liturgia para este domingo, Jesús dice, “Si ustedes me amaran, se alegrarían.”
Imagínate esto: tu mejor amigo se va del pueblo, el amigo con el que habías contado siempre para compartir cualquier problema. No hay manera de que se quede, es cierto que se va.
¿Qué haces con tu tristeza?
En la lectura, Jesús se iba.
Le dijo a María Magdalena que tenía que ir al Padre. Se había sumergido en la muerte y había vuelto nadando a la orilla; sin embargo, no podía permanecer en este mundo.
Lo lamentamos, grandemente.
Este domingo, así lo relata el Evangelio. La crucifixión lo ha apartado de nosotros, y ahora su ascensión hará permanente su ausencia.
Juntos con los apóstoles, nosotros no queremos volver a perderlo. Estamos horrorizados de que nuestro amigo se vaya.
Piensa en la experiencia de un funeral. Tú estarás verdaderamente alegre de que tu ser querido ya no tiene que sufrir las penas y las carencias de esta vida. Pero eso no alivia tu propia carga, sino que la hace más pesada. El o ella se ha ido.
Jesús dice, “Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo. Ya han oído lo que les dije: Me voy, pero vengo a ustedes.” ¿Se va pero se viene a nosotros? ¿Acaso eso tiene sentido?
1) Empecemos con el mundo antes de Jesús. Dios Padre había acompañado a la gente desde el principio. El Viejo Testamento lo repite una y otra vez.
Pero Dios Padre permanecía inescrutable en muchos sentidos. Le dijo a Moisés que él, Dios, pasaría por la boca de una cueva donde estaba Moisés, y
... al pasar mi Gloria, te pondré en el hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después sacaré mi mano y tú entonces verás mis espaldas; pero mi cara no se puede ver.” (Exodo 33:22)
Ver la cara de Dios destruiría a un ser humano.
2) Para salvar esta brecha, Dios decidió contárnoslo todo sobre Él de una manera que podíamos entender. Habla de lo más profundo de su ser por medio de una Palabra que lo decía todo. Jesús era esa Palabra, pronunciada en el idioma que se llama humanidad. Ahora podemos conocer a Dios porque podemos conocer a Jesús.
3) Jesús muere, se resucita y asciende al Padre,de quien procedió. ¿Estamos abandonados?
No.
Así como había hecho el Padre, Jesús realmente expresó su ser en una Palabra adicional que no dejó nada de él sin decir. Esa palabra es el Espíritu Santo. El Espíritu es la realidad completa de un ser humano llamado Jesús, quien es ya la verdadera realidad de Dios. Vamos a a estar aun más cerca de Jesús y del Padre de lo que estaban los apóstoles.*
Si tú y yo le decimos que sí a este Espíritu, sabremos que Jesús está con nosotros, así como las ovejas conocen la voz de su pastor. Por conocer a Jesús, conoceremos la presencia del Padre. Lo encontraremos en la Misa, en el Gran Sacramento de Bautismo, en la oración, en la gente que nos rodea. Vamos a estar al lado de la más cercana presencia posible del Dios de amor.
Así que no debemos lamentar. Por mucho que nos hubiera gustado acompañar físicamente a Jesús, ahora tenemos con él una relación mucho más cercana aquí y ahora.
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autor de esta reflexión:
Fr. Juan Foley, SJ