La cuaresma dará su comienzo en dos semanas y, por suerte, tenemos lecturas hoy que nos preparan para la temporada. El ciclo litúrgico cuaresmal se construye sobre la práctica de hacer lo que no es común y llegar a ser un pueblo extraordinario. Las escrituras de hoy señalan nuestras posibilidades.
La historia del primer libro de Samuel concierne la misericordia regalada a un enemigo. San Pablo, en su primera carta a los cristianos de Corinto, insiste en la humanidad como la imagen, no sólo de Adán, sino de Cristo. Y Lucas nos explica que el Señor quiere ver en las relaciones de sus discípulos todo lo que el mundo no espera ver jamás.
La cuaresma fue iniciada por los miembros de la comunidad cristiana que querían acompañar a los catecúmenos que andaban preparándose para el bautismo bajo el escrutinio de los demás fieles, y a los pecadores públicos, que hacían reparaciones por asesinatos, el abandono de la familia, la apostasía, o la venta de cosas sagradas. Todos se encontraban en las entradas de las iglesias pidiendo limosnas a favor de los más pobres del pueblo. Pero los que no estaban bajo el entredicho acompañaban a los penitentes durante los cuarenta días antes de la Semana Santa para animar a los arrepentidos. Así comenzó la cuaresma.
La Iglesia nos invita a vivir la cuaresma como una historia personal y comunal por la cual llegamos a hacer lo inesperado. Según Lucas, Jesús nos da una lista interesante de opciones. ¿Estamos escuchando y llegaremos a cumplirlas?
Jesús dice: Debemos amar y bendecir a los que nos quieren hacer daño. Nunca nos retrocederemos al exigir justicia aunque suframos la violencia del opresor. Si me quitan el abrigo, regalaré también la camisa. Si me piden algo, daré sin esperar cualquier devolución. Seré compasivo como Dios es compasivo. La frase de Mateo, pidiendo que seamos “perfectos como Dios es perfecto” se expresa en el evangelio según Lucas, poniendo la perfección de Dios precisamente en su acompañamiento al necesitado en todo. Evidentemente, Jesús espera todo esto de sus dscípulos, de los que él invita a hacer a Dios y su reino presente en la sociedad de tantas penas y posibilidades.
Las lecturas de la semana pasada nos acordaron de la imposibilidad de ser los discípulos de Jesús sin tomar decisiones responsables y escoger nuestra forma de vivir y actuar.
Esta semana, aprendemos lo que Jesús espera de nosotros, actualmente un poquito más de lo que habíamos pensado dar. Hay consecuencias de nuestra fe que posiblemente no vimos al primer momento del compromiso. Por ejemplo, el evangelio según Juan nos dice que hay un solo mandamiento, “amarse los unos a los otros como yo (Jesús) los he amado.” ¿Uno sólo? ¡Qué fácil! ¿Así de fácil? Si nos amáramos de esta manera por las veinticuatro horas del día, cumpliríamos diez mil mandamientos. ¡Qué bonita trampa!
Volvemos a la segunda lectura de hoy para ver las comparaciones que San Pablo nos sugiere entre Cristo y Adán. Adán quería ser como Dios. Pues, ahora en Cristo logramos lo que Adán quería. La Encarnación es una realidad; Dios se hizo carne en Jesús y todos compartimos la vida del resucitado, la vida de Dios en el ser humano. ¿No son maravillosas las consecuencias de esta situación para Dios y nosotros?
¿Ahora podemos experimentar la Cuaresma y la vida, llegando a ser lo que nunca hubieramos soñado ser, sirviendo al prójimo más de lo que hubieramos considerado posible y amando como el mismo Dios ama?