No sé si has leído el libro que Richard Carlson publicó en 1997, Don’t Sweat the Small Stuff (and it’s all small stuff) [No te preocupes por los detalles sin importancia (y todo son detalles sin importancia)]. El libro profera consejos y ejemplos sobre cómo llevar una vida cariñosa y más pacífica.
Uno de mis capítulos preferidos nos recomiendo emplear la paciencia en lugar del enojo cuando alguien hace una cosa que nos molesta. Por ejemplo, cuando un coche vira abruptamente hacia tu carril, un lugar de preguntar, “¿Por qué diablos hizo eso?” quizás podríamos preguntar, “¿Qué es lo que él quiere enseñarme?” Esto convierte la vida en un juego en el que todos los demás son sabios y tú y yo queremos aprender de ellos.
Este tipo de momento de inspiración cambió mi propia perspectiva.
Cuando un coche se mete a un espacio muy pequeño detrás de un camión y de repente termina en mi carril, en lugar de tocar repetidamente la bocina y expresar mi enfado, me pregunto qué querrá enseñarme ese conductor. ¿Podría ser que a veces yo también tengo tanta prisa que no tomo en cuenta las necesidades de la otra persona? Sinceramente, esto suaviza mi actitud y me permite sentir algo de compasión.
No es que yo procure hacer publicidad para los libros de Carlson, aunque éste sí me agrada. Solo quiero describir cómo sus palabras generosas me reconfortan.
Jesús, en el Evangelio para este domingo, sugiere un cambio aun más grande de actitud. Sus palabras son un poco menos pulidas que las de Carlson y tal vez menos consoladoras, pero al final son más profundas.
Jesús dice que tú y yo intentamos negociarlo todo.Solo si alguien nos ama aceptamos amarlo también. Si alguien hace travesuras con su coche, nos enfadamos y sustituimos malos sentimientos por los buenos. Desde luego, ¿quién se va a comportar de manera cariñosa con un malhechor, especialmente cuando uno es la víctima de sus hechos?
Dice Jesús:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
¿Cómo podemos amar sin recompensa? “Prestad sin esperar nada,” dice Jesús. Si recibes siempre una recompensa, eres igual a los paganos.
Pero, ¿acaso es posible solo amar y nunca recibir recompensa? ¿No nos agotamos?
La respuesta de Jesús se encuentra en una pista maravillosa en la segunda parte del Evangelio para este domingo. Allí dice que si podemos dar sin esperar nada a cambio, seremos “hijos del Altísimo,” que es bueno siempre con los malvados y desagradecidos.
Ahora bien, ¿Dios es siempre “bueno”? Sí. Todas sus “necesidades” ya han sido satisfechas. El amor de Dios no exige la recompensa. Rebosa y nos alcanza, hagamos lo que hagamos.
Si no rechazamos esta verdad, si la experimentamos--en los sacramentos, en la oración, o en otra persona—si la asumimos, entonces quizás nuestras necesidades estarán ya satisfechas también. El amor de Dios fluirá a través de nosotros hacia los demás.
Déjate llenar.
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autor de esta reflexión:
Fr. Juan Foley, SJ