La Procesión con Ramos precede la Misa. Durante la procesión solemne escuchamos la lectura del Primer Evangelio, y en ella oímos esta idea central: Jesús es majestuoso y entra triunfante en Jerusalén. Elige montar sobre un asno, cumpliendo así las palabras de Zacarías 6: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila.” La señal de un rey era la humildad, y por tanto en Israél el rey acostumbraba montar un asno para ir en procesión.
La gente grita y toda la ciudad “se alborota.” La multitud corta árboles, alfombra la calzada con ellos, y hasta extiende sus mantos por el suelo. Que Jesús no se manche entrando por el camino. Él es su hombre. ¡Él es su rey!
Entonces empieza la Misa. La Primera Lectura es un texto de Isaías, conocido como “El Tercer Canto del Esclavo que Sufre,” un texto que Jesús conocía bien. “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,” dice, “para saber decir al abatido una palabra de aliento.” Eso hizo Jesús y la gente le aplaudió.
Hasta ahora todo bien. Pero luego la misma lectura se vuelve interesante. Dice, “y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban.”
Jesús hasta permitió que su propio cuerpo sufriera azotes. Así como el Esclavo que Sufre en Isaías, Jesús “ofrece el rostro como pedernal” hacia la humillación que le espera. (ver también san Lucas 9:51-55).
Así es que la realeza de Jesús iba a comprender no sólo la fama y la grandeza sino también el sufrimiento y la humillación.
La Segunda Lectura contiene la letra de un himno Cristiano citado por Pablo, que resalta este mismo contraste. Por una parte, Jesús tenía todo el derecho de ser conocido como el ser humano más perfecto de todos. Durante las tentaciones en el desierto, Satanás le había tentado a verse de esta forma. Pero por otra parte, Jesús “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo.” “Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.” ¿Es esto lo que significa ser un verdadero rey?
La siguiente estrofa de este antiguo himno dice que Dios sí exaltó a Jesús, pero sólo porque Jesús se despojó. Dios no se le alejó ni la pasión ni el cáliz del que iba a beber. Dios nos mostró que la grandeza del rey consiste en un amor dispuesto a despojarse por los demás. Los reyes, las reinas, y todos los líderes deben trabajar por el bien de las personas, cueste lo que cueste. El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor se trata de este contraste: un reino de esplendor y fama versus la realeza basada en el servicio a los demás. Las dos lecturas del Evangelio nos presentan esta visión.
Todo esto llega a su colmo en el segundo relato del Evangelio, que cuenta la pasión y la muerte de Jesús. Es la mejor manera de enseñarnos lo que de veras significa la realeza de Dios. Por fin, Jesús hacía lo que había predicado—se daba por los demás. ¡Ahora enseñaba la verdadera realeza!
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Fr. Juan
Foley, SJ