Domingo > Reflexiones en español > Reflexiones > La Palabra que nos compromete
Solidaridad y valor
“Dios no nos ha dado un espíritu de temor.”

Si Pentecostés fue el comienzo de la Iglesia, nació de la fragilidad. Los creyentes estaban escondidos por miedo detrás de puertas cerradas. Sin embargo, Pentecostés desencadenó un poder valeroso. Impulsados por el viento y el fuego, los seguidores de Jesús salieron con ánimo a hacer su audaz proclamación al mundo.

El Espíritu Santo trajo unidad, no sólo en cuanto a la pobreza y la pequeñez sino también en la experiencia común de un solo Dios en Jesucristo, una sola fe y un solo bautismo. Fue una fe que también les puso a los creyentes en contacto con su más profunda humanidad. Ahora podrían hablar una lengua universal, de una manera que conmovería los corazones de la gente de África, Asia, Medio Oriente, y de Europa.

Un intenso sentido de unidad y una misión igual de intensa no fueron únicamente los primeros frutos que recibió la Iglesia primitiva del Espíritu; también lo son los dones que nosotros necesitamos urgentemente hoy en día.
El alcance universal y la unidad del corazón serían el sello de esta Iglesia en sus momentos más fieles—no sólo en cómo se identificaba, sino en su relevancia para el mundo. “Hay diversidad de dones, pero el mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero el mismo Señor; hay diversidad de operaciones pero el mismo Dios que obra todas las cosas en todos.”

Es precisamente la fuerza de la unidad lo que permite que la Iglesia abrace la diversidad. Sin la unidad de fe, la diversidad no tiene sentido porque no hay realidad común por la cual los pluralismos se ponen de acuerdo. Pero con el poder de la unidad, se vencen las distinciones y se celebra la pluralidad.

  Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.” Nuestra unión más profunda relativiza toda distinción y llega a sobreponerse. La distinción más importante de la vida ya no es ser ni judío ni griego. El criterio dominante de mérito ya no queda en ser ni esclavo ni libre. Lo es el estar unidos en Cristo.

La unidad de fe en Jesús es un poder subversivo que derriba cualquier reclamación particularista de supremacía. Como Cristo es nuestra primera realidad, su Espíritu es la fuerza que nos libra de cualquier otra esclavitud que no sea nuestro vínculo de fe. El Espíritu nos da las fuerzas para resistir.

De este modo, el segundo tema del Pentecostés es el valor. La iglesia primitiva se envalentonó por proclamar la verdad. Las buenas noticias de Cristo llenaron el corazón de los creyentes, se enardecieron de amor y de entusiasmo.

El cuarto Evangelio describe como Jesús prometió el intercesor que les guiaría a los apóstoles a relacionarse con el mundo en las cuestiones de verdad, derechos, y buen juicio. El Espíritu de la verdad les daría valor. “En el mundo van a tener tribulación; pero confíen: yo he vencido al mundo” (Jn 16:33). Después de invocar al Espíritu defensor, les ofrece la gran oración sacerdotal, legándoles a sus seguidores no sólo la unidad sino también una devoción sin miedo a la verdad.

El autor de la Segunda Epístola a San Timoteo repite el lema: “Por esto te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Que no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza” (1:6-7).

Un intenso sentido de unidad y una misión igual de intensa no fueron únicamente los primeros frutos que recibió la Iglesia primitiva del Espíritu; también lo son los dones que nosotros necesitamos urgentemente hoy en día.

No es ningún secreto que la división entre cristianos sigue siendo un escándalo serio para el mundo. Puede que no suframos guerras religiosas armadas, pero aún tenemos nuestras batallas. Se encuentra gente no cristiana que comentan sobre ironías percibidas de como sacerdotes católicos abandonan la parroquia y a los fieles para casarse en otra Iglesia cristiana. Y otros clérigos que parecen haber dejado sus comunidades para hacerse católicos con la esperanza de no tener que tratar con sacerdotisas. Tanto si estas percepciones sean verdad como si no, qué terrible sería si nuestra relación con Dios y con la Iglesia se redujera a las cuestiones de sacerdotes casados o sacerdotisas.

Si uno dejara la comunidad cristiana por razones de fidelidad al evangelio, o para separarse de gente que trataba a los pobres de manera escandalosa, tendría algún sentido. ¿Pero para rechazar el celibato o mujeres en el altar?

Y ésta es sólo una de las cuestiones que no simplemente nos dividen sino que debilitan nuestra misión. Cuanto más ignoramos nuestra fe que es una sola, nuestro Señor, y nuestro bautismo, menos tendremos para proclamar al mundo, muchísimo menos hacerlo valientemente.

Si quedamos privados de un sentido fuerte de unidad y de propósito, ¿cómo podemos dialogar con una cultura que ha entronizado el interés personal progresista? ¿Cómo podemos cuestionar las costumbres de un mundo que reduce a los hombres y a las mujeres a simples títeres de una ideología? ¿Con qué armas de virtud y de creencias podemos tratar la destrucción y matanza desgarradoras en Ruanda, Serbia, y Croacia?

De nuestra propia manera posmoderna, aún somos la Iglesia pre-pentecostés, escondidos por el miedo tanto entre unos y otros como del mundo entero. Es cierto que deseamos ver de nuevo “al que ama a los pobres, la luz del corazón humano, el guía bondadoso y el dador de dones, el visitante misericordioso que aligera nuestros duros trabajos, el consolador que nos trae la gracia refrescante y luz en las tinieblas, el que nos anima el corazón y nos sana las heridas, el que nos da alegría y que nos absuelve de los pecados.”

Envíanos otra vez el Espíritu para renovar la superficie de esta tierra aquejada.

Juan Kavanaugh, SJ
Traducción de Kathleen Bueno, Ph.D.
El Padre Kavanaugh fue profesor de Filosofía en la Universidad de San Luis, Missouri. Su prematura muerte ha sido muy dolorosa para todos aquellos que le tratamos en su vida.
Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org