Todos experimentamos la muerte. El mundo está lleno de muchas razones para ponernos tristes. La realidad de la muerte, del dolor, del sufrimiento, el fracaso, la humillación, nos toca a todos y nos marca. Y en ocasiones, nuestra tristeza puede ser tanta que nos podemos llegar a perder de aquello que es bueno y nos llena de vida, perdemos nuestro camino a la felicidad.
Los amigos de Jesús estaban sumergidos en un momento así.
Una muerte inesperada, a todos los tomó por sorpresa. Estaban tristes, desconsolados, desanimados, decepcionados y hasta incrédulos. Tenían miedo, se habían escondido porque temían que les pasara lo mismo que a su amigo Jesús. Morir en una cruz.
¿Y de veras entendían a Jesús? Algunos de ellos tenían otras expectativas, esperaban a otro Jesús, a otro Mesías. Ellos querían a un triunfador, rey glorioso, guerrero ... y no pasó nada de eso, sino al contrario. A Jesús lo humillaron y sufrió una muerte de cruz. Para ellos esto se sentía como un rotundo fracaso. Entonces la respuesta a la pregunta es no, en aquel momento ellos no entendían a Jesús, no entendían nada de lo que les decía, no entendían porque paso por lo que paso.
En momentos de gran dolor nos pasa una de dos cosas: o nos paralizamos sin saber a dónde ir o tratamos de continuar nuestra vida por doloroso que sea. Los discípulos sabían que debían continuar con sus vidas. Pero continuar con sus vidas como eran antes iba a ser muy duro, pues amaban a Jesús profundamente y estaban sufriendo mucho.
María Magdalena era una de estas personas. Ella con mucho dolor siguió
con su rutina y fue a embalsamar el cuerpo de su amigo. Es entonces
cuando ella descubre que el cuerpo de Jesús ya no estaba allí. Lo
primero que le pasa por su mente es que se robaron el cuerpo. Alarmada
por todo esto, busca a Pedro para contarle. “Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
A esto los discípulos vienen, verifican su historia, se van y todavía
María magdalena sigue allí, llorando desconsoladamente la ausencia de
Jesús.
Ahora la parte que probablemente a mí y a otros nos llama la atención es el hecho de que cuando Jesús se les aparece no lo reconocen.
María Magdalena lo ve y aún no sabe quién es. Ósea, que es posible estar frente a Jesús y aún no reconocerlo. No es sino hasta que Jesús la llama por su nombre, “María”, que ella realmente lo ve. Lo reconoce. Desde ese momento ella pudo participar realmente de la resurrección de Jesús. Pudo alegrarse y finalmente participar de la promesa de salvación.
Y el momento en que nos toca a nosotros la promesa de salvación, es algo muy personal. María solo necesitó escuchar su nombre, el discípulo que acompañó a Pedro solo necesitó asomarse a la tumba, Pedro revisó todo y aún no entendía que había ocurrido. Tomás, aún peor, tuvo que meter su mano en sus heridas. En fin, para cada uno de nosotros es diferente. Estamos invitados a reconocer nuestra participación en la resurrección, que diferencia hace en nuestras vidas, como actúa en nosotros esta nueva esperanza.
Hay que reconocer que Jesús está vivo, que vive entre nosotros, que todos somos parte de Él, y que actúa a través de nosotros y de nuestros hermanos. Y todo esto es parte de su plan de salvación para nosotros. Si reconocemos a Jesús en nuestros hermanos, hemos reconocido su resurrección. Si al reconocerlo en nuestros hermanos somos inspirados a tratarlos con amor, hemos reconocido su resurrección.
La resurrección de Jesús no es una promesa futura, es una promesa
presente, una promesa para hoy. Si
RECONOCEMOS esto, hemos hallado la
razón para vivir nuestra vida con regocijo.
Dios me los Bendiga y Seamos Santos.