En este ciclo B de lecturas para el Quinto Domingo de
la Cuaresma, se encuentran tres lecturas perfectamente
coordinadas.
La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, nos
habla de la alianza final entre Dios y el pueblo,
formada cuando Dios escribe su ley en nuestros
corazones. La Carta a los Hebreos, escrita por unos
cristianos judíos de Palestina a sus hermanos en Roma
insiste en que Jesús ha llegado a la perfección por su
obediencia al Padre al hacerse solidario con nosotros.
En la tercera lectura, tomada del Evangelio según Juan,
vemos que la gloria del Padre aparece en nuestro mundo
porque Jesús da su vida por nosotros.
Hasta ahora en la Cuaresma hemos visto cada alianza
establecida por Dios con la humanidad o con una parte de
ella. Hemos visto las alianzas formadas por medio de
Noé, Abraham, Moisés y un grupo de desterrados que
vuelven a las tierras de Judá. Cada alianza llena a
estas gentes con esperanza. Sin embargo, ninguna se
encuentra tan espectacular como la que nombra Jeremías.
Esta promesa se cumple sólo cuando Dios escribe con
letra indeleble su Verbo en la humanidad de Jesucristo.
San Pablo nos dice en su carta a los Romanos (cap.5) que
Jesús es la persona verdaderamente espiritual,
totalmente relacionada con Dios y con nosotros. Jesús
hace la relación solidaria que nos salva del pecado y la
alienación. Jesús nos salva porque es
Dios y nos salva a nosotros porque es
ser humano. La alianza prometida por Jeremías se realiza
en nosotros por medio de la Encarnación. Es confirmada y
entregada a nosotros por la Resurrección de Jesús. Todos
nosotros ya compartimos la vida del Resucitado (Gálatas
3,28).
La Carta a los Hebreos, escrita a los cristianos romanos
y africanos por cristianos palestinos entre los años 80
y 95 E.C., dice que el futuro de las comunidades
eclesiales depende, no de un culto nuevo, sacerdocio y
templo, sino de su fe en Cristo.
Cristo se ha realizado en su propia vida humana por lo
que los cristianos han llegado a ser por su bautismo.
Los cristianos han sido injertados en el Señor. Ellos,
unidos a El, están siempre presentes ante Dios y hacen
de su mundo una realidad transparente por el cual Dios
se ve en la humanidad que comparten con el Resucitado.
La humanidad ha sido transformada totalmente por la
muerte y resurrección de Jesús. Es el mensaje de Dios a
nosotros para nuestra época. Por el favor de Dios a los
cristianos en el bautismo, no hay una realidad mejor
para revelar su presencia que nuestra vida humana. La
gracia de la Encarnación, Dios presente en la humanidad,
es el don que el Espíritu de Dios nos regala. ¿De
verdad, creemos esto? ¿Puede ver esto en nosotros el
prójimo?
La tercera lectura, leída del Evangelio según Juan, nos
dice lo importante que es la humanidad de Cristo y cómo
podemos aprender a vivir por sus normas. En la nueva
humanidad, transformada por la muerte y resurrección de
Jesús, todos los que se apegan a la vida la perderán y
los que la arriesgan entre los demás tendrán la vida
eterna.
Las palabras de Jesús se fundamentan sobre la naturaleza
de la Encarnación. Esto se aclara por una de las
analogías usadas sobre las relaciones activas siempre
presentes en Dios. El Verbo de Dios hecho carne en Jesús
regala a la humanidad el proceso relacional siempre
presente entre Padre, Hijo y Espíritu. El darse y
abrazarse que existen en Dios se celebran ahora entre
nosotros como consecuencia de la Encarnación.
Según el Evangelio, Dios se da a nosotros en Jesús
Nazareno y el Evangelio espera ver en nosotros la acción
de Dios. En la cruz, la vida de Jesús se derrama sobre
nosotros y compartimos su vida resucitada por medio del
bautismo. ¿Daremos nuestra vida por los demás como Dios
ha dado su vida por nosotros? ¿Vivimos practicando las
normas de la vida de Cristo? ¿Somos un factor
organizador y creador en el mundo como él? ¿Trabajamos
para liberar y hacer responsable al prójimo? ¿Amamos a
Dios sin condiciones como Dios nos ama a nosotros? ¿Que
otra cosa puede significar Cristo cuando él nos dice:
“Que se amen unos a otros como yo los he amado”?
Debemos guardar estas lecturas en nuestro corazón al
acercarnos al Triduo y las celebraciones reconciliadoras
de la Semana Santa.
Donaldo Headley
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