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La Espiritualidad de las Lecturas
Trigésimo Segundo domingo
del Tiempo Ordinario C
6 de noviembre
John Foley, SJ

La vida después de la muerte

Es difícil hablar de la muerte, pero mucho más de la vida después de la muerte. Ya que los dos temas surgen de las lecturas para esta semana tenemos que intentarlo.

Al pensar en la muerte, muchas imágenes y experiencias inundan nuestra mente, muchas veces acompañadas por gran sufrimiento.

He acompañado a un número considerable de personas mientras morían, y cada vez el evento me ha parecido milagroso. Una persona que yo había conocido, con la que yo había hablado, el movimiento más insignificante de cuyo cuerpo surgía de una fuente misteriosa de vida, iluminando como una vela en la oscuridad--esa persona ha desaparecido. El cuerpo es el mismo que conocía antes. La boca es la misma que hablaba y reía. Pero en un abrir y cerrar de ojos, lo que estaba dentro de ese cuerpo ya no está.

“Adónde se ha ido ella?” “Adónde se ha ido él?

Pero hasta esa manera de decirlo es inexacto forma en que las personas “se van” es andando, usando los brazos y las piernas para desplazarse. En la muerte, el “irse a alguna parte” se realiza por el cese de cualquier movimiento. El “irse” acontece a un nivel mucho más profundo.

Tenemos que dejar de agarrar con tanta fuerza los bienes que atesoramos, cosas a las que nos asimos en lugar de al amor.
Sólo eso que se llama “la esperanza” nos puede dar un indicio. La esperanza, no la certeza. Uno de los hermanos en la primera lectura lo dice así: “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.”

Si recordamos por un momento la crucifixión, nos damos cuenta de que Jesús también optó por morir así. El conocía tan bien a su Abba que mantenía la esperanza, aun cuando todo clamaba en su contra.

Nuestro Dios es el Dios de la vida, dice el Evangelio; “para él todos están vivos,” ¡incluso los muertos!

Pero ¿cómo se explica eso ? Es porque Dios protege el amor.

¿Cómo?

Sí. El verdadero amor es la tierra fértil que nutre los grandes árboles. Las raíces se entierran muy profundo en la tierra para conseguir alimentos y agua. Los tiernos árboles brotan de la tierra--y fíjate en algo obvio: ¡la tierra no brota de los árboles! Tanto sus vidas como las nuestras tienen sus raíces en la rica tierra del amor. La vida brota del amor, y no el contrario.

Es díficil formular adecuadamente esa última oración. Déjame intentarlo de nuevo. El amor es una fuerza mucho más profunda que la vida. Cuando la vida cesa, el amor permanece. Es entonces nuestro hogar, los brazos que nos abrazan. El amor es la sustancia, la vida es el brote.

Así que el “lugar” al que se van los muertos, dejando atrás sus cuerpos, es el corazón del amor; los muertos se van a los brazos de Dios, quien es el amor.

Así lo dice el poeta Hopkins*:

Acá, entonces, tarde o temprano,
a los pies del héroe de Calvario, Cristo,—
aun sin proponérselo, sin quererlo, sin saberlo antes—se van los hombres.

A los pies de Cristo es donde tú y yo estaremos, adorando la plenitud del amor que él alcanzó. Eso sí, tenemos que dejar de agarrar con tanta fuerza los bienes que atesoramos, cosas a las que nos asimos en lugar de al amor.

Si nos es difícil “proponérnoslo y quererlo” mientras vivimos, aun así, nos encontramos al final envueltos en la tierra exuberante del amor de Dios. A veces nos volvemos obstinados, por supuesto, y entonces se nos secan las raíces en el sol. Pero el Amor nos perdona y nos invita y nos ayuda a volver.

Es difícil hablar de esto, pero vale la pena.

John Foley, SJ

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Fr. Juan Foley, SJ



Arte de Martin Erspamer, OSB
de Religious Clip Art for the Liturgical Year (A, B, and C)
["Clip Art" religioso para el año litúrgico (A, B y C)]. Usado con permiso de Liturgy Training Publications. Este arte puede ser reproducido sólo por las parroquias que compren la colección en libro o en forma de CD-ROM. Para más información puede ir a: http://www.ltp.org