En el evangelio según Juan, Jesús siempre inicia la conversación. Así sucede en las tres historias sobre el discipulado que hemos escuchado durante los tres últimos domingos cuaresmales. Esto resulta lógico porque Jesús es el mismo Verbo de Dios, la comunicación de Dios en nuestra propia carne y sangre. En las historias, Jesús llama a la mujer samaritana, al hombre nacido ciego y a Lázaro ya muerto de lo negativo a lo positivo, la mujer de la apatía y la alienación, el ciego de la oscuridad y la dependencia y el muerto del podredumbre y la desaparición.
Durante estas semanas, las lecturas también nos dan criterios para aceptar o rechazar a los catecúmenos que van preparándose para el bautismo. A la vez, la comunidad, debe dar su sí o su no para su entrada en la comunidad de fe. En las parroquias modernas nuestras, hasta hoy no ha habido ningún rechazo, lo que puede significar que somos buenos, o al contrario, que el mismo proceso no se toma en serio.
En cada misa del fin de semana, los que ya son miembros de la Iglesia los aplauden. Sin embargo, no son muchos en el templo que los conocen bien; por esto, ¿qué significa el escrutinio de verdad? ¿Algo o nada?
En la comunidad paulina de Corinto, una junta de no más que cien personas, todos se conocían. El escrutinio de los catecúmenos era una tarea seria, no del cura o catequista, sino de la comunidad. Los vecinos de los candidatos dieron testimonio sobre su comportamiento. ¿Quiénes son estos que desean compartir la vida del Resucitado? ¿Comprenderán las consecuencias de su decisión? ¿Un sí o un no? Durante los primeros dos siglos de la era común nuestra, unos candidatos esperaban diez o veinte o treinte años para recibir un sí y ser aceptados. Hoy día, ¿quién tendría tal paciencia?
Las historias de Juan hacen varias preguntas directas a los que quieren seguir a Jesús. ¿Podemos identificarnos con él y con su agenda? El reto de Jesús a las tres personas de las historias es un reto también para nosotros. Como Jesús es agua viva que refresca, mueve y cambia su ambiente, ¿seremos nosotros la misma realidad para el mundo alrededor tan seco y gastado? Como hace él, ¿quitaremos la oscuridad para llegar a ser luz? Cuando todos nuestros días de ayer nos dicen que ya no habrá otro amanecer, ¿seremos la chispa que crea y nutre la vida?
Si estas preguntas fueran a tomarse en serio, no habría respuesta fácil en la boca de nadie. Ni las preguntas ni sus repuestas pueden ser religiosas; porque no son de religión, sino de fe. Durante los dos primeros siglos de la Iglesia, era más importante ser auténtico que ser religioso. Su teología decía que la alabanza ofrecida a Dios no se enfrascaba en ningún rito cultual, sino que su propia vida era el pan ofrecido para alimentar y salvar su mundo.
Jesús invita a los principales de las tres historias y a nosotros también a creer en él totalmente. La mujer del pozo, después de todos sus intentos de cambiar los temas de la conversación, se rindió ante la gracia y cariño del Señor e invitó a sus vecinos a oírlo también. El hombre nacido ciego sólo poco a poco se acercaba a la convicción con qué reconoció al fin al Mesías y al Hijo del Hombre. Marta, la hermana de Lázaro, no está muy segura de lo que cree hasta el momento en que Jesús le entregue a su hermano para de nuevo sentir ella el calor de su abrazo.
Cada uno acepta la gracia de Dios, haciendo de su propia vida algo muy distinto. ¿Nos atrevemos a seguir su ejemplo?
¿Qué de nuestro propio escrutinio? ¿Somos el agua viva que refresca todas nuestras relaciones? ¿Seremos luz para alumbrar los rincones tenebrosos de nuestras vidas? ¿Retamos el podredumbre y corrupción de la muerte para crear una vida nueva? Estas tres historias de Juan presentan un propósito y un programa para nosotros y para todos los que se atreven a pasar por las aguas bautismales y los aceites perfumados de la Semana Santa.

